06 abril 2011

Pablo

Pablo tenía 6 años cuando en 1977 fue secuestrado junto a su madre por fuerzas militares. Recuerda perfectamente el operativo, con personas de civil que destruyeron su domicilio, en la llamada “bajada pucará”, cerca de la terminal de colectivos, donde él vivía con su mamá, Teresita y con Alfredo, su padre de crianza, quien salvó la vida porque estaba jugando un campeonato de ajedrez, luego se entregó ante un juez en San Luis y pasó 6 años preso en La Plata y otras cárceles, sin proceso penal alguno. 
Volviendo al operativo, según lo que pudieron reconstruir, primero se produjo la detención de su tía Ani, quien habría indicado el domicilio donde estaba su madre y allí se presentaron, diciendo: “¡Policía Federal!”. Se llevaron todo y rompieron todo. Los metieron a él con su madre, totalmente encapuchados, en un Fiat 125 de color naranja, y se los llevaron al D2 de Córdoba. Entraron por un pasillo verde y aunque su madre le tapaba los ojos, él pudo ver que había personas jóvenes, desnudas, tiradas en el suelo. Fueron llevados a una celda, donde  las paredes eran también verdes, y los barrotes, bien metálicos y fuertes.
Su madre fue torturada y violada.

Su tío Ciro, hermano de su madre, logró que le hicieran entrega de su sobrino. Pablo fue recuperado y quedó al cuidado de sus abuelos maternos, mientras que su madre quedó pensando que lo abrían regalado, o matado, y con eso permanentemente la torturaban. Ella recuperó su libertad recién cuatro años después, en 1980, y tampoco fue sometida a ningún juicio, sino que fue puesta a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.

A partir de los daños que sufrieron por la dictadura militar, tanto él, como su familia, fue que de grande, Pablo se decidió a estudiar derecho y luego a militar en la defensa de los derechos humanos. Tiene ahora 39 años y cuatro hijos. Es abogado, doctor en derecho,, docente universitario y actual abogado querellante en representación de aproximadamente 30 familias de desaparecidos (víctimas de la misma dictadura que él  sufrió) y del  Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos en los juicios por los crímenes contra la humanidad que se están llevando a cabo en la provincia de Mendoza, a partir de que el gobierno argentino iniciara la posibilidad de juzgamiento a los represores, gracias al fallo de la Corte Suprema de la Nación, que anuló las leyes e indultos de impunidad

En su estudio jurídico (y también en el edificio del Medh), sufrió varias veces pintadas agraviantes, algunas firmadas con las AAA y otras variantes. También recibió llamadas intimidatorias y amenazas. Es evidente que Pablo, como todos los defensores de los derechos humanos en todo el mundo, cotidianamente hacen su trabajo en soledad, afrontando riesgos, con el objetivo de construir derechos y de avanzar hacia sociedades más democráticas.
Tal vez por eso lo emocionaron tanto las palabras de la Presidenta, cuando los llamó "Corazones ardientes”,. Porque el compromiso viene enraizado en su propia historia y en sus propios dolores. Este, es su testimonio personal, pequeña crónica y gran testimonio de vida de Pablo, que nos insta a todos, a que sigamos luchando, sabiendo que estamos acompañados y que cada vez hay más las personas que se comprometen con esta labor. Debiera ser la preocupación de todos los estados, respaldar el trabajo y garantizar la seguridad de estos abogados, de ardientes corazones y profundo conocimiento de causa.