29 agosto 2010

Juan Ernesto

A Juan Ernesto se le vienen a la mente las formas en las que la situación repercutía en la vida cotidiana: su vieja haciendo todas las cosas a último momento, secando el guardapolvo en el horno los domingos por la tarde o su tristeza cada vez que iba al colegio, los compañeritos que lo cargaban diciéndole que su viejo (que era un preso político) estaba preso porque era un ladrón. El tampoco quiere dramatizar eso, simplemente, los niños siempre suelen ser un poco crueles...

Otra cosa que se acuerda es el sistema de comunicación que habían desarrollado los compañeros que estaban presos, para sacar info del penal al exterior, en el cual los niños cumplían un rol central. Tanto a la entrada como a la salida los requisaban, así que no se podía transportar cosas, pero los presos tenían necesidad de comunicar cosas relativas a cuestiones metodológicas respecto de su estancia en el lugar, entonces, por ejemplo, su viejo le decía: -“andá que Fulanito (otro compañero preso) te va a dar un caramelo, que tenés que tragar”...él iba y le ofrecían un paquetito de pastillas de forma cuadrada, tipo mentholiptus, en cuyo extremo, lista para ser ofrecida, había una "falsa pastilla", que era en realidad una hoja de papel, cuidadosamente doblada muchas veces hasta adquirir la forma y el tamaño de una pastilla real, cubierta de celofán. Juan Ernesto pasaba luego los controles con la pastilla en su interior, como un agente secreto. Cuando quería ir al baño, tenía que solicitarle una pelela a su madre y muy cuidadosamente, con una ramita o algo así, tenía que buscar la "pastilla", lavarla y entregársela a su madre. Esa hoja de papel, de tamaño grande, estaba toda escrita, de ambos lados con una letra microscópica que aprovechaba todo el espacio...él no sabe bien qué decían los mensajes, era el transportador nomás, una especie de pequeña mulita militante.

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