04 septiembre 2010

Miguel

A veces, los recuerdos de la infancia y la dictadura, se representan en detalles y distancias.
Arraigo y desarraigo.
“Como una nube que pasa mis ensueños se van, se van, no vuelven más” (Alfredo Le Pera)

De México, a Miguel se le antoja un sabor tamarindo, golosinas con chile, calaveras de azúcar y unos tangos híbridos, que se dejaban oír en el living de la preciosa casa de Cuernavaca, que restauraron su viejo y su abuelo, cuando este último fue de visita. Miguel jugaba a afanarle las herramientas al abuelo y cree que las enterraba. Junto a la casa había un baldío, donde jugaban de chamacos a encontrar crías de alacranes bajo las piedras. Por ahí, alguna que otra vez cayó de visita don Armando Tejada y tal como recuerda su madre, fue Liliana Felipe quien los alumbró con sus canciones infantiles. También estuvo (sin quedar en su memoria) Alicia, quien años más tarde, ya en Argentina, fue su maestra de teatro. Colgado de la pared, un dibujo de Guadalupe Posada (una calavera con su botella de tequila) y una pequeña guitarra con la que Miguel aturdía un “Cristo de Palacagüina”. Una terraza, una cocina con rejas por donde asomaban la risa con un vaso de horchata y se escapaba el aroma del mole, que seguía por una calle ancha, en bajada que daba a un vivero oscuro, lugar infinito que nunca nadie atendía. Una tarde, Miguel se perdió en Plaza Garibaldi y hasta los mariachis lo salieron a buscar. No lograban encontrarlo. Tal vez era divertido perderse.
...y la pirotecnia Mexicana era todo un arte (Todos los fuegos, el fuego), con los chicos corrían con un toro de papel maché, todo cubierto de cuetes!...y también le sacaban fotos junto a niñas de pelo negro y trenzado con cintas de colores y flores, para que pudiera verlas ahora, ya de grande, en medio de su casa suburbana, donde recibe mensajes de texto de Andrea con poemas de Fijman, ensaya un papel para una película sobre el Naríz, fugado de la ESMA y toma mate amargo, escucha al tata Cedrón, fuma Viceroy y repasa su primer libro de poemas…y evoca, el exilio y el desexilio.
Héctor se llamaba su mejor amigo. Héctor, del pueblo de Ocotepec. Juntos imitaban a un tipo de la tele, que hacía una propaganda de jabón en polvo y se tiraba por una quebrada: “Ariel lavando y yo en la quebrada!”, gritaban, y se tiraban en calzoncillos a un gran piletón, donde las viejas fregaban…ahora, el único Ariel que conoce es un flaco del sur, que estuvo preso, le pega a las minas y cada tanto, se estrella con la moto sobre algún capot. Todavía no sabe si ha dado en el clavo -como diría Urondo-, pero conoció el Caribe, el Golden Gate Brigde, la miseria de Miami Beach, el faro del Balneario “El Cóndor”, la tristura de una mujer, el rechazo de una mujer, la muerte de un amigo, los intentos de muerte de otro amigo, el furgón del tren a Morón, el fulgor de la selva misionera, el hotel malandra, el sacrificio en la cosecha de cebolla, la brucelosis en Ecuador…según dice el Mochi Leite: Miguel es Patagónico y la Patagonia se extiende desde California hasta la Pataia… Será?. Miguel canta desafinado. Aprendió a bailar el tango y a tomar tequila. Y a mentir. Y a desmentir. Y cuando le preguntan de dónde es: ...“Me voy y vuelvo y me voy, como un ensueño”...

1 comentario:

  1. Ese es mi amigo Miguelón! De todas partes y de ningún lugar! El único sitio certero para hallarlo son mis recuerdos y el corazón. Y saber que ama, que es un incondicional, que es un amigo de esos que ya no vienen y que cuando uno verdaderamente lo necesita, él mágicamente, aparece!

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