25 noviembre 2010

Pablo

Se ha abierto la caja de Pandora.
La pesadilla de Pablo es repetitiva y escalofriantemente real, como cuando tenía casi 6 años y entraron a su casa, en agosto del '77: se escondió debajo de la mesa y desde ahí observó los medios-cuerpos de los intrusos,  gritando, tirando y golpeándolo todo. En el sueño todo es igual a la realidad. Escucha el llanto de su hermana y el ruido de un helicóptero. Ve en el suelo los anteojos de su papá y fracasa repetidamente en el intento de alcanzarlos para dárselos. Lo angustia que no tenga sus anteojos, porque no va a poder ver. Finalmente un milico-poli lo atrapa del brazo y lo tironea para sacarlo de abajo de la mesa. El viejo está luchando para que no lo tabiquen y por un segundo llegan a verse. Escucha su voz por última vez: -“cuidá de tus hermanas”. Luego los encierran a los tres en una habitación. Se cierra la caja de Pandora.

22 noviembre 2010

Maru (segundo relato)

Una vez, en las vacaciones, fue al campo una familia toda completa: con mamá, papá y dos hijos. Maru deseaba estar ahí con ellos, en el auto, sentadita en el medio y sentirse una más...

El señor le decía que era “su papá de las vacaciones” y Maru feliz! quería y soñaba eso....
El tema es, que la semana de vacaciones terminó y ellos se fueron.
 Maru quedó sola en el campo, sintiéndose muy triste y engañada.

21 noviembre 2010

Shiva

Shiva recuerda que de chiquito había gente que se quedaba a dormir en su casa, a veces varios días… y que eso, tenia que ser secreto, nadie podía saber.
Más grande, viendo fotos preguntó por ellos, porque algo recordaba y creìa entender...la triste verificación aún le hiela la sangre, porque muchos de ellos estan desaparecidos, la mayoría. Y siente dentro suyo esa bronca, esa impotencia y desesperación, de saber que èl viò y convivió con ese terror, sin registrarlo y que a pesar de los juegos y las ganas de vivir que había adentro, afuera estaba pasando todo lo que pasó.

15 noviembre 2010

Marìa Luisa (segundo relato)

María Luisa tuvo varias marcas de los milicos en su infancia. Esta le pasó en Lima, Perú, donde sus viejos, sus hermanos y ella estaban exiliados. El gobierno peruano de ese momento había establecido buenas relaciones con la dictadura de Videla, lo que trajo como consecuencia la persecución de los exiliados argentinos, tanto fue así que desapareció uno de los compañeros que como ellos estaba exiliado allí. Marìa Luisa en ese momento tenía 13 años. Una mañana como cualquier otra, se levantò para ir al colegio, pero se sintiò enferma y no fuè. Su mamá se quedó con ella. Unas horas después, se fue a buscar a su hermana mas chica al jardín, que quedaba a unas cuadras de su casa. Ella se quedò esperando, mirando por la ventana, cuando de repente viò un auto que se para en la puerta de su casa, con tres o cuatro tipos adentro que la miraban. Le diò mucho miedo y cerrò la ventana. Minutos después, estaban tocando el timbre. Ella entreabriò la puerta: estaban ahí. Le preguntaron por sus viejos, donde estaban, en qué trabajaban, a qué hora volvían...ella estaba muerta de miedo y a todo contestaba “no sé” (ni que lo hubiera hecho a propósito), en un momento saliò corriendo a pedirle ayuda a un vecino, que era un boliviano exiliado, que justo estaba en la puerta; entonces, los tipos empujaron la puerta y entraron a su casa. Cinco minutos después llegó su vieja. Los tipos eran de la policía de inteligencia peruana y habìan ido a hacer un allanamiento, cosa que hicieron delante de su mamá y suyo, mostrándoles el arma que tenían en la cintura y revolviendo toda la casa. Cuando se fueron, salieron corriendo a buscar a su viejo y a sus hermanos. Terminaron quedándose unos días en la casa de unos amigos peruanos y después, se fueron a México.

09 noviembre 2010

Bernardo

Esta experiencia tiene que ver con la infancia y la dictadura, pero específicamente en las implicancias que esa dictadura deja en el cuerpo hasta la actualidad.

Por el ’78, cada salida familiar era una aventura, subirse los cuatro al pequeño auto familiar y viajar hacia destinos inciertos.  A veces iban a San Justo a visitar a un primo de su madre que vivía en frente de la Coca Cola, por  el camino de cintura al 5700, más o menos. Con el Renault Gordini blanco recorrían los 8 kms que separaban sus casas, por Autopista Richieri, bajando por Camino de Cintura, hacía San Justo. De esos viajes, Bernardo conserva en la memoria el olor a cuero viejo de los asientos del Gordini, la redondez de sus puertas, el viajar siempre de noche y otros recuerdos que se apilan de a montones, pero quizás el recuerdo particular de uno de esos viajes a San Justo, una lucecita perdida en el medio de un bosque, se convirtió quizás el recuerdo mas fuerte de la Dictadura.  Su madre señalo la lamparita que apenas se veía desde el auto, completando la visión con un comentario entre inocente y desinformado: "pobre gente, se ve que no tiene ni para una lamparita más potente"… siguieron viaje y Bernardo fantaseó que en esa casa vivía una familia igual que la suya, pero más pobre, con lamparitas de 25 watts como las del velador, porque no tendrían siquiera para comprar una de 50 watts.

En Julio de 2001, la palabra "Corte" se articulaba con un sin fin de espacios geográficos: Cortes de tránsito, de ruta, de puente, de avenidas, etc.  Bernardo estaba (no de casualidad) participando de un “corte” con sus compañeros de la facultad, que habían comenzado a realizar diferentes acciones conjuntas, como tomas de las universidades y cortes, para protestar porque se anunciaban nuevos recortes al presupuesto educativo (lo mismo sigue ocurriendo 10 años después, en 2010). El ministro del interior de ese momento –llamado Freddy Storani- después de la represión ocurrida en Tartagal durante un corte de ruta, había proclamado que: "en Argentina no permitiremos que se corte ni una senda peatonal más" y había dispuesto varios grupos móviles de gendarmería para reprimir los cortes que aparecieran, en sólo cuestión de horas. Así fue que cuando el grupo de 1500 o 1600 estudiantes, cortaron el tránsito de la avenida Córdoba a la altura de Junín, en cuestión de pocos minutos tuvieron en frente a un pelotón con 200 Gendarmes armados, que de vereda a vereda los miraban con cara de odio, mientras golpeaban sus bastones al piso. Era una escena muy fea, nada agradable. Pero de los estudiantes se fueron acercando un poco más hacía los gendarmes. Se escuchaban muchas sirenas y el clima era muy tenso cuando Bernardo escuchó el rumor de que "si en 30 minutos si no se terminaba el corte, comenzaría la represión". Decidieron quedarse. Las sirenas parecían subir el volumen. Apareció una ambulancia con las luces a full y una sirena aún mas fuerte pasó por entremedio de la multitud estudiantil. En ese momento apareció la imagen de la lamparita. Él estaba parado en la tercera o cuarta fila de estudiantes, cuando el recuerdo lejano de su niñez, se apoderó por completo de él, como cascada, le vinieron unas ganas enormes de correr, su cabeza comenzó a buscar excusas para irse del lugar. Ese recuerdo chiquito, lo abrazó, lo apretujó y lo cegó por completo. En sus adentros, veía como en un viejo filme, que aparecía nuevamente aquella nocturna, lejana y apenas visible lamparita que la madre señalaba. Esa lamparita con poca potencia, era la luz de la entrada, del entonces Centro Clandestino de Detención "El Vesubio". 
Un inmenso miedo se convirtió en latir en ese momento. Sus piernas y su memoria, arrastrados por los laberínticos recuerdos del pasado, lo querían hacer correr, escapar, evadirse, eludir toda responsabilidad política, pero al mismo tiempo sentía que era super cobarde irse y dejar a sus compañeros; su corazón quería quedarse, pero una sensación de oprobiosa cobardía y otra, de ideológica firmeza, pugnaban por el control de su cuerpo, mientras que Bernardo sentía estallar el pecho en esa contienda.  A pesar de que comenzó a tener palpitaciones y se le secó la boca, se quedó ahí quieto, con sus compañeros alrededor que  bailaban, reían, discutían y jamás se dieron cuenta de lo que a él le había pasado. Solo fueron unos minutos para el resto del mundo, pero para él fue una eternidad.  Después de 3 horas, con objetivo de la protesta concretado, levantaron el corte sin ningún tipo de represión sufrida. Los gendarmes nunca avanzaron. Pero para Bernardo fue una experiencia reveladora haber recordado al Vesubio, en ese momento político. Esa noche, haberse quedado quieto, resistiendo, fue para él una batalla ganada al miedo.

02 noviembre 2010

Victoria

La casa de la abuela de Victoria quedaba a tres cuadras de la base del Palomar. Había muchas casas abandonadas, con sótanos, donde se encontraban todos los chicos del barrio y siempre terminaban representando persecuciones o enfrentamientos. Seguramente había muchos hijos de militares también entre los chicos. Como niña, la idea que ella tenía sobre lo que estaba pasando, se potenciaba con esos juegos que hacían. 

Solían ir con su familia dos o tres veces al año desde Palomar a Moreno, a veces iban por Campo de Mayo pero les daba miedo, porque sabían lo que sucedía allí. Los primos de Victoria vivían en una quinta muy descampada, ese espacio se llenaba de rincones escondidos para protegerse en las persecuciones y enfrentamientos que también ahí representaban.

En el sueño que ella recuerda con más claridad, se reproducía algo semejante: Victoria buscaba un lugar para esconderse, pero entonces, sus pasos eran lentísimos y sus perseguidores, que eran adultos y tenían uniforme, se acercaban con velocidad. Cada vez que Victoria estaba a punto de alcanzar un buen lugar para escapar (podía ser un túnel que se abría en medio de un sótano), se paralizaba. La persecución culminaba en una especie de rancho, en donde había una ventana altísima desde la cual se terminaba tirando, para no ser detenida.