09 noviembre 2010

Bernardo

Esta experiencia tiene que ver con la infancia y la dictadura, pero específicamente en las implicancias que esa dictadura deja en el cuerpo hasta la actualidad.

Por el ’78, cada salida familiar era una aventura, subirse los cuatro al pequeño auto familiar y viajar hacia destinos inciertos.  A veces iban a San Justo a visitar a un primo de su madre que vivía en frente de la Coca Cola, por  el camino de cintura al 5700, más o menos. Con el Renault Gordini blanco recorrían los 8 kms que separaban sus casas, por Autopista Richieri, bajando por Camino de Cintura, hacía San Justo. De esos viajes, Bernardo conserva en la memoria el olor a cuero viejo de los asientos del Gordini, la redondez de sus puertas, el viajar siempre de noche y otros recuerdos que se apilan de a montones, pero quizás el recuerdo particular de uno de esos viajes a San Justo, una lucecita perdida en el medio de un bosque, se convirtió quizás el recuerdo mas fuerte de la Dictadura.  Su madre señalo la lamparita que apenas se veía desde el auto, completando la visión con un comentario entre inocente y desinformado: "pobre gente, se ve que no tiene ni para una lamparita más potente"… siguieron viaje y Bernardo fantaseó que en esa casa vivía una familia igual que la suya, pero más pobre, con lamparitas de 25 watts como las del velador, porque no tendrían siquiera para comprar una de 50 watts.

En Julio de 2001, la palabra "Corte" se articulaba con un sin fin de espacios geográficos: Cortes de tránsito, de ruta, de puente, de avenidas, etc.  Bernardo estaba (no de casualidad) participando de un “corte” con sus compañeros de la facultad, que habían comenzado a realizar diferentes acciones conjuntas, como tomas de las universidades y cortes, para protestar porque se anunciaban nuevos recortes al presupuesto educativo (lo mismo sigue ocurriendo 10 años después, en 2010). El ministro del interior de ese momento –llamado Freddy Storani- después de la represión ocurrida en Tartagal durante un corte de ruta, había proclamado que: "en Argentina no permitiremos que se corte ni una senda peatonal más" y había dispuesto varios grupos móviles de gendarmería para reprimir los cortes que aparecieran, en sólo cuestión de horas. Así fue que cuando el grupo de 1500 o 1600 estudiantes, cortaron el tránsito de la avenida Córdoba a la altura de Junín, en cuestión de pocos minutos tuvieron en frente a un pelotón con 200 Gendarmes armados, que de vereda a vereda los miraban con cara de odio, mientras golpeaban sus bastones al piso. Era una escena muy fea, nada agradable. Pero de los estudiantes se fueron acercando un poco más hacía los gendarmes. Se escuchaban muchas sirenas y el clima era muy tenso cuando Bernardo escuchó el rumor de que "si en 30 minutos si no se terminaba el corte, comenzaría la represión". Decidieron quedarse. Las sirenas parecían subir el volumen. Apareció una ambulancia con las luces a full y una sirena aún mas fuerte pasó por entremedio de la multitud estudiantil. En ese momento apareció la imagen de la lamparita. Él estaba parado en la tercera o cuarta fila de estudiantes, cuando el recuerdo lejano de su niñez, se apoderó por completo de él, como cascada, le vinieron unas ganas enormes de correr, su cabeza comenzó a buscar excusas para irse del lugar. Ese recuerdo chiquito, lo abrazó, lo apretujó y lo cegó por completo. En sus adentros, veía como en un viejo filme, que aparecía nuevamente aquella nocturna, lejana y apenas visible lamparita que la madre señalaba. Esa lamparita con poca potencia, era la luz de la entrada, del entonces Centro Clandestino de Detención "El Vesubio". 
Un inmenso miedo se convirtió en latir en ese momento. Sus piernas y su memoria, arrastrados por los laberínticos recuerdos del pasado, lo querían hacer correr, escapar, evadirse, eludir toda responsabilidad política, pero al mismo tiempo sentía que era super cobarde irse y dejar a sus compañeros; su corazón quería quedarse, pero una sensación de oprobiosa cobardía y otra, de ideológica firmeza, pugnaban por el control de su cuerpo, mientras que Bernardo sentía estallar el pecho en esa contienda.  A pesar de que comenzó a tener palpitaciones y se le secó la boca, se quedó ahí quieto, con sus compañeros alrededor que  bailaban, reían, discutían y jamás se dieron cuenta de lo que a él le había pasado. Solo fueron unos minutos para el resto del mundo, pero para él fue una eternidad.  Después de 3 horas, con objetivo de la protesta concretado, levantaron el corte sin ningún tipo de represión sufrida. Los gendarmes nunca avanzaron. Pero para Bernardo fue una experiencia reveladora haber recordado al Vesubio, en ese momento político. Esa noche, haberse quedado quieto, resistiendo, fue para él una batalla ganada al miedo.

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