29 octubre 2010

Beatríz

Beatríz tenía 10 años en el '77, cuando un día, soñó que era de noche. En su sueño aparecía un hombre enorme vestido como un verdugo medieval, con un palo con una bocha con pinchos. Sin decir nada y en silencio, le partía la cabeza a su mamá con eso. Le quebraba el cráneo y a Beatríz la imagen de la cabeza aplastada se le representó como si fuera una naranja de las que se caen de los árboles y quedan secas, machucadas en el suelo. Cuando le contó a su mamá, se armó un kilombo: ella se enojó con su papá por haberla llevado con él a la cárcel de Coronda a visitar a los compañeros y por haber hablado delante suyo cosas que Beatríz de todos modos no recuerda. Después nunca volvió a soñar con el verdugo, pero la secuencia del sueño se repitió en su memoria muy seguido, por años y todavía se repite cada tanto, haciéndole sentir lo mismo que sintió en ese momento: la propia impotencia ante la realidad palpable de la posibilidad de daño a una persona amada

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