26 septiembre 2010

Juana

Diego estaba orgullosísimo de su pulguita saltarina, quería que fuera primera bailarina del teatro Bolshoi. A veces, cuando podía, la iba a ver bailar y si no podía, le mandaba un ramo de flores exageradamente enorme, que causaba mucho impacto entre sus compañeras de camarín, con una tarjeta re-cursi que decía "lo más maravilloso que tengo eres tú". Era su admirador incondicional.
Cuando lo mataron, lo primero que le preguntó Juana a su mamá, fue si iba a poder seguir bailando. Sentía que su vida se partía en mil pedazos y necesitaba seguir volando porque que si no, ella también moría. El ballet le salvaba la vida, se la pasaba haciendo piruetas, giraba y volaba por los aires…era bailarina y bailar, era su manera de no estar.
Cuando comenzaron las clases en la escuela de ballet del Colón, a la directora se le ocurrió que todas las alumnas del instituto debían cortarse el pelo a la garcón porque, según ella, había piojos. Su mama fue a hablar con ella y le explico que Juana estaba muy triste porque el papa había fallecido en un "accidente" hacia poquitos días…y le pidió por favor, si no podía hacer una excepción- Ella le respondió que no, que solamente había hecho la excepción con una alumna que le había hecho una promesa a la virgen. Así que Juana tuvo que raparse para poder asistir a clases. (Por si no se entendió: tuvo piedad de la niña que le había hecho una promesa a la virgen, pero no de la niña a la que le habían matado a su padre.) Al poco tiempo de raparse la cabeza, Juana cayó con un desgarro muscular que la hizo aterrizar de emergencia en la realidad.

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